martes, 26 de agosto de 2014

Pájaros de Fuego: La mujer de las dunas, Anaïs Nin

Louis no podía dormir. Se revolvió en la cama, se puso boca abajo y, escondiendo la cara en la almohada, se restregó contra las sábanas calientes como si estuviera sobre una mujer. Pero cuando la fricción lo acaloró, se detuvo.
Se levantó de la cama y miró el reloj. Eran las dos en punto. ¿Qué podía hacer para aplacar la excitación? Salió del estudio. Había luna y veía con claridad los caminos. El lugar, una ciudad costera de Normandía, estaba lleno de pequeños chalets que se alquilaban por una noche o por una semana. Louis vagabundeaba sin rumbo fijo.
Vio que en uno de los chalets había luz. Era un Chalet metido en el bosque, aislado. Le intrigó que hubiera alguien levantado tan tarde. Se acercó sin hacer ruido, dejando sus huellas en la arena. Las persianas estaban echadas, pero no cerraban bien, de forma que pudo mirar dentro de la habitación. Y sus ojos dieron con la más pasmosa visión: una cama muy ancha, repleta de almohadas y colchas revueltas, como si antes hubiera sido el escenario de una gran batalla; un hombre, al parecer arrinconado contra un montón de almohadones, como si se hubiera retirado después de una serie de ataques, recostado como un pachá en su harén, muy tranquilo y satisfecho, desnudo y con las piernas cruzadas; y una mujer, también desnuda, a quien Louis sólo veía la espalda, retorciéndose delante de ese pachá, ondulándose y obteniendo tal placer en lo que estuviera haciendo con la cabeza entre las piernas del hombre que su culo temblaba trémulo y las piernas se tensaban como si estuvieran a punto de saltar.
De vez en cuando el hombre le ponía la mano sobre la cabeza, como para contener su frenesí, y trataba de alejarse. Luego ella saltó con gran agilidad, colocándose encima, arrodillada sobre la cara. El hombre no se movió. Tenía la cara debajo del sexo de la mujer y ésta, sacando el estómago s lo ofrecía.

Al quedar encajado debajo, era ella la que se movía al alcance de la boca del hombre, que aún no la había tocado. Louis vio el sexo del hombre, empinado y agrandado, y al hombre tratando de ponerse a la mujer encima mediante un abrazo. Pero ella se mantuvo a corta distancia, mirando complacida el espectáculo de su hermoso estómago, su vello y su sexo tan cerca de la boca del hombre.
Después, poco a poco, se acercó lentamente y, doblando la cabeza, observó la humedad de la boca del hombre entre sus piernas.
Durante largo rato se mantuvieron en esta posición. Louis estaba tan excitado que se apartó de la ventana. De haber seguido más tiempo, hubiera tenido que tirarse al suelo y satisfacer su ardiente deseo como fuera, y eso no quería hacerlo.
Comenzó a tener la sensación de que en todos los chalets estaba ocurriendo algo que a él le hubiera gustado compartir. Anduvo más de prisa, obsesionado por la imagen del hombre y de la mujer, por el vientre firme y redondo de la mujer cuando se arqueaba sobre el hombre…
Al cabo llegó a las dunas de arena y la absoluta soledad. Las dunas brillaban como colinas nevadas en la noche clara. Más allá estaba el mar, cuyos rítmicos movimientos oía. Anduvo bajo la luz blanca de la luna. Y entonces vislumbró una figura delante de él, que andaba a pasos ligeros y airosos. Era una mujer. Llevaba puesta una especie de capa, que el viento henchía como una vela y que parecía impulsarla. Nunca la alcanzaría.
Ella andaba hacia el mar y él la siguió. Anduvieron largo rato sobre las dunas que parecían nieve. Al llegar a la orilla, ella dejó caer al suelo sus ropas y quedó desnuda en medio de la noche estival. Echó a correr hacia la rompiente. Y Louis, imitándola, también se deshizo de las ropas y entró corriendo en el agua. Sólo entonces le vio ella: Al principio se quedó inmóvil. Pero cuando vio el cuerpo joven a la luz de la luna, la hermosa cabeza y la sonrisa, ya no sintió miedo. Él fue nadando hacia ella. Se sonrieron mutuamente. La sonrisa de él, aún de noche, era deslumbrante; y también la de ella. Casi no distinguían otra cosa que sus sonrisas brillantes y los contornos de sus cuerpos perfectos.
Él se acercó. Ella lo dejó. De pronto, Louis se echó a nadar hábil y graciosamente sobre el cuerpo de ella, rozándolo y sobrepasándolo.
Ella seguía nadando y él repitió el crece por encima. Luego ella se puso en pie y él buceó y pasó entre las piernas. Rieron. Los dos estaban a sus anchas en el agua.
Louis estaba profundamente excitado. Nadaba con el sexo erecto. Entonces se acercaron el uno al otro, agachados, como si fueran a pelear. Él apretó el cuerpo de la mujer contra el suyo y ella percibió la dureza del pene.
Él lo colocó entre las piernas de la mujer. Ella lo tocó. Sus manos la registraban y acariciaban por todas partes. Luego, ella volvió a alejarse y él tuvo que nadar para alcanzarla. De nuevo con el pene provocativamente entre las piernas de la mujer, la apretó con mayor fuerza y trató de penetrarla. Ella se zafó y salió corriendo del agua a las dunas de arena. ÉL corrió detrás, chorreando, resplandeciente y riéndose. El calor de la carrera volvió a encenderlo. La mujer se dejó caer en la arena y él encima de ella.
Entonces, en el momento en que más la deseaba, súbitamente le abandonó la potencia. Ella yacía esperándolo, sonriente y húmeda, y su deseo se fue amansando. Louis estaba confundido. Había rebosando de deseo durante días. Quería tomar a aquella mujer y no podía. Se sentía profundamente humillado.
-Hay mucho tiempo- dijo ella. Curiosamente, su voz estaba llena de ternura.-No te muevas. Estoy muy bien.-
Ella le pasó su calor. El deseo no volvía, pero le gustaba sentirla. Sus cuerpos yacían juntos, vientre contra vientre, el vello sexual enzarzado, los pechos de lla clavándole las puntas y las bocas pegadas.
Se soltó para mirarla: las largas piernas esbeltas y lustrosas, el abundante vello púbico, la encantadora piel pálida que resplandecía, los pechos abundantes y muy erguido, los cabellos largos, la amplia sonrisa de la boca.
Estaba sentado en la postura de Buda. Ella se aproximó y cogió con la boca el pequeño pene alicaído. Lo lamió suavemente, con ternura, demorándose alrededor de la punta. El miembro se rebulló.
Louis bajó los ojos para contemplar cómo la boca, ancha y roja, se redondeaba alrededor del pene. Una mano le acariciaba los testículos, la otra removía la cabeza del pene, cubriéndola y sacudiéndola muy despacio.
Luego, sentándose apoyada contra él, lo cogió y lo metió entre sus piernas. Lo frotó suavemente contra el clítoris, una y otra vez. Louis miraba la mano, pensando en lo hermosa que era con el pene cogido cual si fuera una flor. El pene se estiró, pero no estaba lo bastante duro para penetrarla.
Al abrirse el sexo de la mujer, Louis vio brotar la humedad de su deseo, brillante a la luz de la luna. Ella seguía frotando. Los dos cuerpos, igualmente hermosos, se doblegaban a la frotación; el pequeño pene sentía el contacto de la piel de la mujer, su carne cálida, y gozaba con el contacto.
-Dame la lengua- dijo ella, acercándose.
Sin dejar de frotarle el pene, le cogió la lengua con la boca y le tocó la punta con su propia lengua. Cada vez que el pene le rozaba el clítoris, la lengua de ella rozaba la punta de la lengua de él. Y Louis sintió cómo el calor descendía de la lengua al pene, recorriéndole de pies a cabeza.
-Saca la lengua, sácala- dijo ella con voz ronca.
Él obedeció. Ella volvió a gritar:
-Sácala, sácala….- obsesivamente.
Cuando lo hizo sintió tal conmoción en todo su cuerpo que parecía como si el pene se alargara hacia ella, como si fuera a alcanzarla.
Ella mantenía la boca abierta, dos delgados dedos alrededor del pene y las piernas separadas, esperando.
Louis sintió el torbellino de la sangre que le recorría el cuerpo y descendía al pene. El miembro se puso duro.
La mujer esperó. No cogió inmediatamente el pene. Dejó que de vez en cuando rozara la lengua contra la de ella. Le dejó jadear como perro en celo, abriendo su ser, estirándose hacia ella. Él miraba la boca roja del sexo de la mujer, abierto y expectante, y de pronto la violencia del deseo le hizo temblar y completó la erección. Se arrojó sobre ella, con la lengua dentro de su boca y el pene abriéndose camino en su interior.
Pero tampoco ahora pudo correrse. Rodaron juntos largo rato. Finalmente, se pusieron en pie y anduvieron, llevándose las ropas. El sexo de Louis estaba empalmado y tenso y ella disfrutaba viéndolo. De vez en cuando se dejaban caer en la arena y él la tomaba, la revolcaba y la dejaba mojada y salida. Y al seguir andando, yendo ella delante, la rodeaba con los brazos y la arrojaba al suelo, de modo que copulaban a cuatro patas como los perros. Él temblaba dentro de la mujer, empujaba y vibraba y le sostenía los pechos con las manos.
-¿Quieres? ¿Quieres tú?- preguntó Louis.
-Sí, pero despacio; no te corras. Me gusta así, repitiendo muchas veces.
Tan mojada y enfebrecida estaba la mujer. Andaba esperando el momento en que la tirara de nuevo a la arena y volviera a tomarla, excitándola y dejándola antes de que se hubiera corrido. Cada vez volvía a sentir las manos del hombre sobre su cuerpo, la arena cálida contra su piel, la caricia de la boca del hombre, la caricia del viento…
Mientras andaban, ella sostenía en la mano el pene erecto. Una vez lo detuvo, se arrodilló delante e introdujo el miembro en la boca. El se mantuvo arriba, de pie, adelantando ligeramente el vientre. Otra vez ella apretó el pene entre los pechos, almohadillándolo, sujetándolo y dejándolo resbalar por el blando abrazo. Avanzaban como borrachos, aturdidos, palpitantes y vibrando a consecuencia de las caricias.

Luego vieron una casa y se detuvieron. El le pidió que se escondiera entra la maleza. Quería correrse; no la dejaría hasta haberse corrido. Ella estaba muy excitada, pero, no obstante, quería contenerse y esperarle.
Esta vez, cuando estuvo dentro de la mujer, empezó a temblar y por último se corrió violentamente. Ella se había montado encima para alcanzar su propia satisfacción. Los dos aullaron al unísono.
Echados de espaldas, descansando, fumando, con el amanecer próximo, sintieron frío y se cubrieron con las ropas. Sin mirar a Louis, la mujer le contó una historia.
(…)
Después de esa historia, Louis descabezó un sueñecito. Al despertar, saturado de sueños sensuales, vibrando a resultas de un imaginario abrazo, vio que la mujer se había ido. Pudo seguir las huellas sobre la arena durante un buen trecho, pero desaparecieron en la zona arbolada que daba a los chalets, y así la perdió.

"La insinuación es un viaje visual que nos transporta a la fantasía dibujada por el deseo"


Noches en las que desearíamos que nos pasaran la mano por el lomo, y en las que súbitamente se comprende que no hay ternura comparable a la de acariciar algo que duerme.
— Oliverio GirondoVeinte poemas para ser leídos en en tranvía 

"Habítame....."
Te quiero como gata agradecida, gorda de estar mimada......